“Existe una clave para entender mi vida y tiene que ver con dos intentos infructuosos que nos relacionan. El primero es el intento de captar su atención. El segundo es el intento de no ser igual a él.” H. G.
Si le preguntarás a mi abuelo acerca de la causa de su muerte… si te murieras, te fueras al infierno (o al cielo, para el caso), y le preguntaras a mi abuelo por qué se murió, él te diría que se murió por culpa de unos vecinos de arriba. Eso lo mato. Los vecinos ¿Por qué? Bueno porque los vecinos hacían ruido, mucho ruido. Eso le generó una infección en el oído, eso una ceguera, eso le impidió volver a leer, eso le impidió vivir sólo, eso lo hizo volver a la casa de mi abuela. Eso lo mató. Los vecinos de arriba eran una pareja joven, una pareja de negros, de patas sucias, que tenían dos hijos: uno de diez y otra nena chiquita. Estos negros eran gritones y ruidosos, horribles, el padre era violento y maltrataba a mi abuelo de 83 años cuando él iba a quejarse, un día lo amenazó con fajarlo. Como si esto no fuera suficiente, dejaban a los dos nenes solos, encerrados, y ellos jugaban tirando almohadones y haciendo MUCHO ruido, MUCHO tiempo. La casa de mi abuelo se convirtió en un lugar imposible por el ruido. Eso lo mató. No pudo leer nunca más mi abuelo, por el ruido de ésos. No te creas que este motivo es pequeño, desde joven mi abuelo hizo lo indecible para poder escribir: primero intentó trabajar en las oficinas de la universidad pero las secretarias lo molestaban, luego se mudo a su casa, pero ahí, su esposa lo molestaba. Luego compró el departamento de enfrente del de su esposa, pero sus hijas pequeñas lo jodían, hacían ruido todo el tiempo y no había forma de hacerles entender que… Por suerte, sus hijas se hicieron grandes y se fueron del país. Así, él pudo comprar un departamento en otro lugar bien alejado pero un día… un día llegaron los negros y lo mataron.
Hace poco me mudé a un departamento, es un lugar lindo y bastante íntimo, está a buen precio y bien ubicado. Enfrente viven mis vecinos, una pareja más o menos joven con tres hijos: uno de dieciocho, un nene de doce y una nena chiquitita. Yo no los veo mucho pero los escucho siempre porque son muy ruidosos. Se gritan todo el tiempo, golpean puertas, se ríen fuerte, se tiran cosas: se enojan y se amigan. El de dieciocho escucha reggaetón a todo volumen: sus parlantes saturan en mi cuarto y hacen vibrar mis vidrios. El reggaetón suena por la radio que, no agarra bien, entonces, cuando los parlantes saturan en el vidrio, también está la fritanga de la radio que lo hace todo peor. El nenito no habla pero patea la pelota contra una pared, una pared que también es mía. La madre grita con odio, los odia. Al de dieciocho le dice que es un vago de mierda, que se vaya de su casa, que es un infeliz, que no lo quiere cerca de sus otros hijos y que pronto lo va a echar de su casa, cuando hace esto, golpea las puertas con más fuerza de lo normal, a veces grita tan fuerte que el llanto se le cuela, así es el odio que contiene. Al nenito no le dice nada porque el nenito no habla. El padre no está nunca, yo entiendo bien por qué. También hay un artefacto que, deduzco, lo han comprado en un chino: es una especie de canario de plástico que hace ruido cada vez que lo mueven. No creo que funcione a pilas porque sino ya se hubiera gastado, el canario no para. Los golpes de puerta lo activan, los gritos altos lo activan, los raspones lo activan, la mierda lo activa. El canario no para de expresar el odio de la casa a partir de su pio agudo y lo hace estridentemente. La nenita llora muy muy muy muy muy fuerte. Con muchas ganas, como hay que llorar. La nenita llora cuando no la dejan jugar, llora cuando la retan, llora cuando se pelean, llora cuando no la dejan participar, cuando no le dejan ver la tele, llora cuando no la dejan dormir, llora cuando no va al zoológico, llora cuando el padre la reta, cuando la madre la reta, cuando el nene le pega, cuando el de dieciocho la insulta, cuando la ignora. Pero después, cuando todos están bien, cuando ven tele, la nena llora. Yo no sé cómo hace, pero llora en intervalos no mucho más largos que los de cinco minutos. Cuando estoy en mi cama y quiero leer, cuando intento escribir esto, la nena llora y yo los odio. Quiero ir enfrente, tocar la puerta y gritarles que me dejen en paz. Lo hice una vez, sí, pero es una fuerza imparable. Y es entendible, es su forma de vivir, es como si yo te pidiera que dejes de respirar. Dejá de golpear la puerta, idiota. No, yo no me puedo meter en sus vidas y decirles cómo deben vivirlas, no me corresponde, sería violarlos. Violarlos como me violan a mí, como me violan todos los días, con sus insultos, golpes de puerta y llantos. Cuando quiero dormir, porque me siento mal, porque soy un fracasado que no puedo escribir, me violan, me meten su pija inmunda en la oreja. Yo logré este santuario, este lugar, donde puse todo mi dinero y trabajo, tengo mis libros, mi computadora, mi tele y mi música, acá es donde leo, duermo, intento escribir, donde intento hacerme a mí mismo, en soledad, en un lugar intocado, virgen. Pero después ellos nos violan, impunes, nos hacen salir sangre. Porque las orejas no se pueden cerrar, las orejas están abiertas, HAY que escuchar, y así, recibir la mierda de otros, llenarse de pus ajena. Qué inmundicia. Así que cuando la nenita llora, fantaseo con tomarla de su manito y llevarla a mi baño con alguna excusa. La bañadera está llena, con agua helada, en un día bien frío, bien de invierno y ni bien llore quiero someterla por el pescuezo y ahogarla. No quiero matarla, no. Quiero que trague agua, quiero que le llegue a sus pulmoncitos y los pudra por dentro. Así no llora nunca más. Quiero ahogarla justo cuando esté llorando porque quiero callarla así, con mucha mucha violencia. Quiero ahogarla a ella -desahogarme yo- por lo que me hacen todos los días, por lo que me hicieron, por lo que me van a hacer…
Yo sé que no está bien pensar así de esta gente, sobre todo si son de tu propia familia.